dissabte, 14 de novembre del 2009

Quim Monzó sobre la necessitat de complir les lleis: Què en penseu?

Con la religión hemos topado, Mohamed Jordi
(Lo sucedido en Mollerussa retrata las contradicciones de las autoridades educativas)
Me encanta la noticia esa de que, en Mollerussa, viendo que hay chicas que van a clase con la cabeza cubierta con un velo, un grupo de alumnos decidió acudir a clase con las cabezas cubiertas con gorras, con pañuelos e incluso con cascos de motorista. Me encanta porque –aunque, como dicen el director y la directora de estudios del instituto de secundaria donde eso ocurrió, ha sido un hecho concreto y todo está ya solucionado– es un ejemplo perfecto de lo absurdo de una forma de actuar donde, una vez más, la religión (la musulmana en este caso) pasa por encima de la sensatez. Por eso lo sucedido en ese instituto es interesante: porque retrata las contradicciones, la memez y la falta de ideas claras con las que las autoridades educativas mangonean estos asuntos.
Vamos a ver. Si, según explicaba ayer en este diario Esther Pintó, directora de estudios del instituto, "las normas, vigentes en todos los centros escolares de Catalunya, son muy claras: no se puede llevar ningún objeto en la cabeza", pues no se puede llevar ningún objeto en la cabeza y punto. En principio, a mí tanto me da que se pueda llevar o no, pero si se decide una cosa, se decide esa cosa y ya está. Y, por pura lógica, si los profesores llaman la atención a los chicos que van con gorra –porque al cubrirse la cabeza incumplen la norma–, por el mismo motivo deberían llamar la atención a las chicas que se la cubren con un velo. Nos hemos pasado siglos luchando contra la despótica injerencia de la religión cristiana en nuestras vidas en general y en los centros educativos en particular para que ahora, de golpe y porrazo, vuelva la religión (sea la que sea) a enseñorearse de las aulas, dispuesta a gozar de prebendas. Si los muchachos no pueden ir con gorras y cascos, pues las muchachas no pueden ir con velo. ¿Desde cuándo en un país supuestamente laico las cosas se deciden en función de si molestan o no a una determinada sensibilidad religiosa? ¿Cómo van los estudiantes a tomarse en serio la educación si ya de entrada ven que las directrices educativas entran en contradicciones tan flagrantes? No puedes ir a clase con la cabeza cubierta pero, si es un velo islámico, entonces sí puedes ir con la cabeza cubierta. Menuda coherencia. La misma Esther Pintó lo explicaba: "En este caso (el del velo islámico) los centros no tenemos autoridad para prohibir su uso". Si telefoneo al Departament d'Educació y les explico que mi religión –la Iglesia Transversal de los Tremendistas del Sempiterno Día– me obliga a ir por el mundo con la cabeza cubierta siempre con un capirote de payaso, ¿me dejarán ir a clase con un capirote de payaso? ¿Con qué argumentos realmente sólidos me van a negar ese derecho si a las muchachas les permiten los velos?

Quim Monzó a La Vanguardia (13 de novembre del 2009)

Dura lex sed lex
Recentment, en dos articles publicats en aquest diari, Quim Monzó - al qual ja fa temps haurien d´haver-li atorgat el premi Nobel de Literatura-ha posat en evidència la causa de la manca d´autoritat de molts dels que es queixen que no se´ls respecti com se´ls hauria de respectar: polítics i professors.
Els que tant exigeixen no compleixen amb el que haurien de fer, i així el Govern prorroga el termini per donar les dades dels telèfons mòbils de prepagament o els professors d´institut no s´atreveixen a fer complir la directiva segons la qual els alumnes no poden assistir a classe amb el cap cobert.
Dura lex sed lex deien els romans (la llei és dura, però és la llei) i, com deia Spencer Tracy a la pel · lícula La costilla de Adán: en un Estat democràtic, com se suposa que és el nostre, les lleis estan per complir-les i si no són adequades, es vota a qui estigui disposat a canviar-les. Però no s´hi val a promulgar lleis que ni els que les dicten estan en disposició de complir, ni buscar excuses per saltar-se-les a plaer.
Àlex Matheu (Barcelona) a La Vanguardia 14 de novembre del 2009