dimecres, 24 de novembre del 2010

Projecte1: Què aporta la visió grega ( mítica, sofística,socràtica) de la justícia a la teva idea de justícia?

Cal que cada grup exposi les seves conclusions (les col·lectives), redactant-les en forma de comentari en aquesta entrada del blog.
Recordeu de començar el comentari posant el curs i el nom del grup que redacta el comentari.

dijous, 14 de gener del 2010

Exercici tipus C: Compareu les opinons de l'articulista amb les idees de Plató sobre la democràcia en el fragment del llibre VIII de "La República"

(Article de Miguel Santa Olalla publicat al blog " Boulé" de la web "Boulesis" sobre democràcia i autoritat)

Democracia y autoridad
Cualquier ciudad de un estado democrático: un autobús no puede acceder a la parada, ya que un coche rojo de linea deportiva ocupa su espacio. El conductor pita y el coche comienza a moverse pero no lo suficiente. Unas veinte personas se arremolinan en la puerta para ir subiendo, mientras otros tantos van bajando. El claxon vuelve a entrar en funcionamiento, mientras un joven de unos 20 años entra al coche. Antes de montar se dirige al conductor y le grita: “¡Cállate hijo de puta!”. No contento con eso, mientras el coche inicia la marcha se vuelve hacia la parte de atrás mostrándole su dedo corazón. El ejemplo es puramente anecdótico. El caso es que podríamos poner otros muchos tomados de nuestra experiencia cotidiana de la “convivencia” con otros seres humanos. Si esta es la realidad de la calle, la risa tiene que asaltarnos cuando se abren sesudas discusiones sobre la “autoridad” del profesorado. Así que vamos a simplificar un poco el asunto y a afrontar un tema que debería ser más sencillo: el la autoridad en las sociedades democráticas. ¿Dónde queda la autoridad del conductor del autobús que es insultado delante de todo el que pase por allí? La democracia le ofrece totales garantías: poner una denuncia a no se sabe quién, y pasar por un largo proceso judicial lleno de trámites en el que finalmente un juez tirará paternalmente de las orejas al infractor. No hombre, no está bien insultar al conductor.
Si el gobierno del pueblo fuera realmente tal, todos los ciudadanos deberían ser conscientes de que ciertos trabajadores ejercen una función pública, es decir, que trabajan por el bienestar de todos. Un cartero representa un servicio de mensajería que nos representa a todos, de la misma forma que un barrendero cuida de que las calles de todos se mantengan limpias. Me estoy refiriendo, evidentemente, a la conciencia cívica sin la cual todo sistema democrático no lo es más que de una forma nominal. Se llama democracia, cuando en realidad se refiere a otra cosa. La democracia no puede consistir nunca en la generalización o impunidad del vandalismo, del insulto o la provocación. El que insulta a un conductor de autobús no está degradando a fulanito de tal: está insultando, en realidad, a todos los que lo usan. A los que hacen cola para subir y a los que por sus problemas de edad o por llevar un coche de bebé tiene que hacer el doble de esfuerzo, por la sola razón de que un individuo pueda esperar a su colega. Algo está podrido en la democracia cuando pensamos que la autoridad es exclusiva de las fuerzas de seguridad. El respeto por todo aquello que implique la función pública debería ser uno de los pilares de toda democracia, aspecto en el que no se suele reparar a menudo.
No quiere decir lo anterior que los que trabajan para la “cosa pública” valgan más que el resto. No hace mucho publicábamos por aquí una cita de Chesterton: la democracia debería asumir que toda silla es un trono. Compatibilizar la libertad propia con la del resto es uno de los mayores restos de toda democracia. Se trata de un sistema complejo: solía decir Sócrates que éticamente es preferible recibir una injusticia que cometerla. En la vida democrática, política y jurídicamente, sale mucho más rentable vivir al borde de la ley que respetarla. El imperio de la ley es el de la injusticia cuando las garantías impiden que los castigos se apliquen correctamente, y cuando la persona que recibe una agresión tiene como única respuesta el silencio. El político nos dirá que la autoridad democrática reside en las fuerzas de seguridad y en el sistema jurídico. De poco sirven ninguno de los dos praa las fricciones de la convivencia cotidiana y los “delitos menores”, en los que la sensación de vivir en democracia se traduce en vivir en la dictadura de la estupidez y la irracionalidad.